QUE CREEMOS
QUE CREEMOS.
Nos introduciremos en la parte teológica de nuestra iglesia.
El apóstol en su carta a los efesios escribía: “Edificados sobre el fundamento de los apóstoles y profetas, siendo la principal piedra del ángulo Jesucristo mismo. (Efesios 2:19). Son palabras de un hombre eximio conocedor de las escrituras Judías, de la doctrina acerca del único Dios del pueblo de Israel. Era un rabino, enseñado por unos de los más grandes “catedráticos” de la época, Gamaliel. Sin ninguna equivocación se tiene que pensar que en la mente del gran apóstol (enviado para los gentiles), la enseñanza judía respecto al verdadero Dios que se había revelado al pueblo de Israel y que como él mismo lo definió, son respecto a todo lo que el Dios del Antiguo Testamento había depositado en ellos: “La adopción, la gloria, el pacto, la promulgación de la ley, el culto y las promesas, de quienes son los patriarcas, y de los cuales, “vino Cristo, EL CUAL ES DIOS SOBRE TODAS LAS COSAS.” (Romanos 9:4-5) no había cambiado en su esencia. El seguía creyendo que había un único Dios, que había hecho los cielos y la tierra y que en esa creación no había intervenido nadie más. Los ayudantes de Dios en la creación fueron su sabiduría y su poder.
El Señor Jesucristo resucitado, interceptando a los caminantes decepcionados que iban rumbo a su pueblo natal, les dice algo impresionante: “Oh insensatos y tardos de corazón parar creer “todo lo que los profetas han dicho” ¿no era necesario que el Cristo padeciera estas cosas, y que entrará en su gloria? Y “comenzando desde Moisés, y siguiendo por todas los profetas, les declaraba en todas las escrituras lo que de el decían Lc 24:25-27. Para que entendieran todo lo sucedido con él y volviera la confianza a estos dos desanimados discípulos, el Señor empleo toda “la Biblia hebrea”. En todas partes se hablaba de lo que El vendría hacer. En otras palabras, Jesucristo era el cumplimiento perfecto de cada profecía y de toda la ley.
El Señor de Israel en el Antiguo Testamento enfatizó no una sola vez, sino muchas que El era único Dios. De hecho la mayor revelación recibida por este pueblo es esa. “Oye Israel: El Señor nuestro Dios, el Señor uno es. (En la versión judía: …el Señor es único.) Dt. 6:4. Este texto se convertiría en el de la identificación teológica, en la confesión de fe judía a través de los siglos y repetida dos veces en el día. Esto además implica el carácter de indivisibilidad de Dios. Textos como: El Señor es Dios, y no hay otro fuera de él, Dt. 4:35; El Señor es Dios arriba en el cielo y abajo en la tierra, y no hay otro. Dt. 4:39; Vosotros sois mis testigos, dice el Señor, y mi siervo que yo escogí, para que me conozcáis y creáis, y entendáis que “yo mismo soy”; antes de mí no fue formado dios, ni lo será después de mí.” Yo, yo el Señor, y fuera de mí no hay quien salve” Is 43:10-11; Yo soy el primero, y yo soy el postrero, “y fuera de mí no hay quien salve”. Is. 44:6; “No hay Dios sino yo. No hay fuerte; no conozco ninguno Is. 44:8. Y así sucesivamente hay una gran cantidad de textos a lo largo y ancho del antiguo testamento que nos dicen que sólo hay un único Dios, que es el único que salva y, que fuera de El no hay otro.
Aparte de lo anterior hay también textos que profetizaban la venida de ese único Dios. No solo en el milenio, sino para hacer lo suyo respecto a su pueblo que estaba perdido en la idolatría. “…Dios mismo vendrá, y os salvará” Is. 35:4 y nótese las señales que se darían cuando está escritura se cumpliera: Los ojos de los ciegos serán abiertos, y los oídos de los sordos se abrirán, el cojo saltará como un ciervo y cantará la lengua del mudo… Is. 35:5;
“Por tanto mi pueblo sabrá mi nombre por esta causa en aquel día; porque yo mismo que hablo he aquí estaré presente”.
Is. 52:6. “…una virgen concebirá y dará a luz un hijo, y llamará su nombre Emanuel. (Dios con nosotros Mt. 1:23). Solo citamos estas, pero hay muchas más.
Y para cerrar aunque sea en estos escritos que no alcanza para describir uno a uno cada texto, hay un gran mandamiento dirigido al pueblo que había sido sacado de Egipto por un libertador que no es otro sino el Dios único. “Más yo soy Jehová tu Dios desde la tierra de Egipto; no conocerás, pues, otro dios fuera de mí, ni otro salvador sino a mí. Oseas 13:4
Si las afirmaciones y mandamientos de Dios y las declaraciones de los profetas en el Antiguo Testamento, han sido tan contundentes y sin dejar lugar a dudas respecto a la teología de la unicidad (un único Dios); no podemos pensar que al desarrollarse el Nuevo Testamento, cambiaría la forma de revelarse el Señor, o la teología respecto a esto que es primordial en la economía divina. Por lo tanto la venida del Señor Jesús y su manifestación en carne, es el cumplimiento de todas las profecías contenidas en el antiguo testamento. No se trataba de un nuevo concepto o una nueva revelación; es la misma, solo que ahora lo profetizado, se hacia evidente; se hacía carne, se podía ver. Lo que estaba en la sombra, ahora era la realidad. Todo lo que se había escrito respecto al Mesías (La promesa de la venida del Rey de Israel), se cumplía en Cristo Jesús.
Jesucristo es pues: “Dios manifestado en carne” 1 Timoteo 3:16.
Jesucristo es el Padre eterno. Is. 9: 6; Juan 14:8-11
Jesucristo es el primero y el último Ap.1: 8,11.
Jesús es el Mesías prometido. Es el Salvador de su pueblo.
El incrédulo Tomas tuvo que postrarse ante El y confesar con sus labios que Jesús era el Señor y Dios. Juan 20: 28.
Teniendo como base que Jesús es Dios (el único Dios) manifestado en carne, creemos que el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo es Jesús. Por eso el bautismo ministrado por los apóstoles en el nuevo testamento y en el primer siglo de la iglesia fueron todos en el Nombre de Jesús. Hch. 2:38; Hch 8: 12, 16; Hch. 10: 47-48; Hch 19: 1-5; Hch 22: 16. No bautizamos en los títulos Padre, hijo y Espíritu Santo, porque son funciones de Dios, no su nombre. Hch. 4:12 “y en ningún otro hay salvación; porque no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos”. En el Nombre de Jesús hay perdón de pecados y ese nombre se recibe en el momento del Bautismo. Hch. 2:38 “…y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para el perdón de los pecados…”. El nombre de Jesús es el nombre revelado de ese único y verdadero Dios. “He manifestado TU NOMBRE”… Juan 17: 6. Palabras de Jesucristo en ese momento en que era nuestro sumo sacerdote.
Recibimos el don del Espíritu Santo hablando en nuevas lenguas, conforme el Espíritu nos da. Es la misma experiencia de la iglesia naciente en los capítulos 2:1-4; 8: 14-17; 10: 44-46; 19: 5-6 del libro de los hechos.
Esta manifestación divina no es enseñanza humana, ni producto del emocionalismo. Verdaderamente El Espíritu Santo toma nuestras cuerdas vocales y El mismo coloca en nuestra lengua idiomas que nosotros no dominamos. Dialectos que están aún en lo más escondido de la tierra son los que brotan de nuestra boca cuando el Espíritu de Dios nos sella. Lenguas que han desaparecido hace miles de años, parecieran renacer cuando Dios nos invade y toma nuestro órgano fonético.
Sin ninguna duda esto es un milagro de Dios. Los que hemos experimentado este divino regalo podemos testificar lo glorioso que es este momento en que estamos encerrados con Dios, gozando del regalo más bello que pueda recibirse. No lo podemos manejar voluntariamente, es un evento manejado absolutamente por Dios. Aunque suene un poco exuberante, pero es Dios mismo haciendo morada en un cuerpo. Será algo que ninguna filosofía ni enseñanza religiosa podrá explicar, ya que es un acto y voluntad soberana de Dios.
El Espíritu Santo en nosotros es el deseo divino de morar continuamente en su máxima creación, es para completar una obra iniciada en la cruz del calvario. Allí se realizó la compra, la redención de nuestras almas. Allí el Señor Jesucristo proveyó lo necesario para la salvación de cada uno de nosotros, y no solo de nosotros, sino para todos los que deseen ser rescatados de sus pecados, es para los que deseen salir del reino de las tinieblas a la luz admirable de un reino Santo y eterno.
Creemos que Jesucristo volverá por esta iglesia, para guardarla de la hora de la prueba que ha de venir sobre todos los moradores de la tierra. Ap. 3: 8-10; 1 Ts. 4:16-17; 2 Pedro 3: 8-13.
La venida de Jesucristo por su iglesia es el evento divino más importante que estará por suceder. Seremos transformados a su imagen y estaremos eternamente con El. Lo veremos tal cual El es. 1 Ts 4
La transformación de nuestros cuerpos, el hecho de pasar de un estado material a uno netamente espiritual será el milagro más poderoso de parte de Dios. Se culminará la etapa de la iglesia del Señor sobre la tierra y todos los que hemos sido fieles, partiremos hacia nuestra morada eterna para recibir los galardones preparados por nuestro Salvador, el Señor Jesucristo.
Creemos que hemos sido santificados (separados y consagrados) para vivir una vida que agrada a Dios. 2 Pedro 3:11. No son imposiciones de una organización, ni ejercicios mentales, menos aún, manipulación humana; es que Dios coloca su naturaleza en nuestras vidas. El pecar se convierte en nosotros en algo tan lejano o aborrecible que no deseamos tener comunión con ninguna de las prácticas que tengan que ver con lo inmoral o que por la palabra de Dios ofendan la Santidad del Divino Dios que habita en nuestras vidas.
La santidad en nosotros no es únicamente la forma de vestir, no es lo externo exclusivamente, la santidad de nuestro Dios, impartida en cada vida que ha conocido la salvación y la vida eterna, comienza en lo interno. El hecho de ser santos porque nuestro Dios es Santo, es la experiencia de convivir con El y de permitir que El opere su santa voluntad en nosotros.
La santidad de Dios en nuestras vidas nos impele a reverenciarlo. El temor nuestro es perder la comunión con El. Ha llegado a ser tan real y tan bueno en nuestra vida, el Señor Jesucristo, que deseamos ser templo permanente para El. Estamos absolutamente convencidos que El vive en nosotros y como Dios único y verdadero, no habita en templos hechos por manos humanas, el templo de Dios es el hombre, es la mujer que ha sido redimida y limpiada por la sangre derramada en la cruz del calvario.
Creemos que debemos reunirnos como Iglesia para alabar y adorar a Dios por lo que El es, por su grandeza y misericordia. Heb. 10:25. La iglesia es el cuerpo de Cristo, por la cual el Señor cumple con el propósito de llegar a cada nación, para que se conozca la obra portentosa del la Salvación. La iglesia es la extensión, es la continuación de las enseñanzas del Señor, aplicadas a la humanidad. Es la manera en que el Señor Jesús continúa su labor de salvar a todos los hombres. La reunión de hombres y mujeres salvadas, son el testimonio real y poderoso de que el evangelio es poder de Dios para salvación a todo aquel que cree.
La iglesia sin ninguna duda es columna y baluarte de la verdad. De alguna manera cada congregación que se establezca, será el testimonio de parte de Dios, que dirá en la eternidad que había la verdad, el camino y la vida cerca de ellos. Ahí en cada cuadra, en cada ciudad, en cada país el reino de los cielos tenía sus puertas abiertas para todo aquel que creyera en la obra del calvario, a través de la iglesia.
QUE CREEMOS.
Nos introduciremos en la parte teológica de nuestra iglesia.
El apóstol en su carta a los efesios escribía: “Edificados sobre el fundamento de los apóstoles y profetas, siendo la principal piedra del ángulo Jesucristo mismo. (Efesios 2:19). Son palabras de un hombre eximio conocedor de las escrituras Judías, de la doctrina acerca del único Dios del pueblo de Israel. Era un rabino, enseñado por unos de los más grandes “catedráticos” de la época, Gamaliel. Sin ninguna equivocación se tiene que pensar que en la mente del gran apóstol (enviado para los gentiles), la enseñanza judía respecto al verdadero Dios que se había revelado al pueblo de Israel y que como él mismo lo definió, son respecto a todo lo que el Dios del Antiguo Testamento había depositado en ellos: “La adopción, la gloria, el pacto, la promulgación de la ley, el culto y las promesas, de quienes son los patriarcas, y de los cuales, “vino Cristo, EL CUAL ES DIOS SOBRE TODAS LAS COSAS.” (Romanos 9:4-5) no había cambiado en su esencia. El seguía creyendo que había un único Dios, que había hecho los cielos y la tierra y que en esa creación no había intervenido nadie más. Los ayudantes de Dios en la creación fueron su sabiduría y su poder.
El Señor Jesucristo resucitado, interceptando a los caminantes decepcionados que iban rumbo a su pueblo natal, les dice algo impresionante: “Oh insensatos y tardos de corazón parar creer “todo lo que los profetas han dicho” ¿no era necesario que el Cristo padeciera estas cosas, y que entrará en su gloria? Y “comenzando desde Moisés, y siguiendo por todas los profetas, les declaraba en todas las escrituras lo que de el decían Lc 24:25-27. Para que entendieran todo lo sucedido con él y volviera la confianza a estos dos desanimados discípulos, el Señor empleo toda “la Biblia hebrea”. En todas partes se hablaba de lo que El vendría hacer. En otras palabras, Jesucristo era el cumplimiento perfecto de cada profecía y de toda la ley.
El Señor de Israel en el Antiguo Testamento enfatizó no una sola vez, sino muchas que El era único Dios. De hecho la mayor revelación recibida por este pueblo es esa. “Oye Israel: El Señor nuestro Dios, el Señor uno es. (En la versión judía: …el Señor es único.) Dt. 6:4. Este texto se convertiría en el de la identificación teológica, en la confesión de fe judía a través de los siglos y repetida dos veces en el día. Esto además implica el carácter de indivisibilidad de Dios. Textos como: El Señor es Dios, y no hay otro fuera de él, Dt. 4:35; El Señor es Dios arriba en el cielo y abajo en la tierra, y no hay otro. Dt. 4:39; Vosotros sois mis testigos, dice el Señor, y mi siervo que yo escogí, para que me conozcáis y creáis, y entendáis que “yo mismo soy”; antes de mí no fue formado dios, ni lo será después de mí.” Yo, yo el Señor, y fuera de mí no hay quien salve” Is 43:10-11; Yo soy el primero, y yo soy el postrero, “y fuera de mí no hay quien salve”. Is. 44:6; “No hay Dios sino yo. No hay fuerte; no conozco ninguno Is. 44:8. Y así sucesivamente hay una gran cantidad de textos a lo largo y ancho del antiguo testamento que nos dicen que sólo hay un único Dios, que es el único que salva y, que fuera de El no hay otro.
Aparte de lo anterior hay también textos que profetizaban la venida de ese único Dios. No solo en el milenio, sino para hacer lo suyo respecto a su pueblo que estaba perdido en la idolatría. “…Dios mismo vendrá, y os salvará” Is. 35:4 y nótese las señales que se darían cuando está escritura se cumpliera: Los ojos de los ciegos serán abiertos, y los oídos de los sordos se abrirán, el cojo saltará como un ciervo y cantará la lengua del mudo… Is. 35:5;
“Por tanto mi pueblo sabrá mi nombre por esta causa en aquel día; porque yo mismo que hablo he aquí estaré presente”.
Is. 52:6. “…una virgen concebirá y dará a luz un hijo, y llamará su nombre Emanuel. (Dios con nosotros Mt. 1:23). Solo citamos estas, pero hay muchas más.
Y para cerrar aunque sea en estos escritos que no alcanza para describir uno a uno cada texto, hay un gran mandamiento dirigido al pueblo que había sido sacado de Egipto por un libertador que no es otro sino el Dios único. “Más yo soy Jehová tu Dios desde la tierra de Egipto; no conocerás, pues, otro dios fuera de mí, ni otro salvador sino a mí. Oseas 13:4
Si las afirmaciones y mandamientos de Dios y las declaraciones de los profetas en el Antiguo Testamento, han sido tan contundentes y sin dejar lugar a dudas respecto a la teología de la unicidad (un único Dios); no podemos pensar que al desarrollarse el Nuevo Testamento, cambiaría la forma de revelarse el Señor, o la teología respecto a esto que es primordial en la economía divina. Por lo tanto la venida del Señor Jesús y su manifestación en carne, es el cumplimiento de todas las profecías contenidas en el antiguo testamento. No se trataba de un nuevo concepto o una nueva revelación; es la misma, solo que ahora lo profetizado, se hacia evidente; se hacía carne, se podía ver. Lo que estaba en la sombra, ahora era la realidad. Todo lo que se había escrito respecto al Mesías (La promesa de la venida del Rey de Israel), se cumplía en Cristo Jesús.
Jesucristo es pues: “Dios manifestado en carne” 1 Timoteo 3:16.
Jesucristo es el Padre eterno. Is. 9: 6; Juan 14:8-11
Jesucristo es el primero y el último Ap.1: 8,11.
Jesús es el Mesías prometido. Es el Salvador de su pueblo.
El incrédulo Tomas tuvo que postrarse ante El y confesar con sus labios que Jesús era el Señor y Dios. Juan 20: 28.
Teniendo como base que Jesús es Dios (el único Dios) manifestado en carne, creemos que el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo es Jesús. Por eso el bautismo ministrado por los apóstoles en el nuevo testamento y en el primer siglo de la iglesia fueron todos en el Nombre de Jesús. Hch. 2:38; Hch 8: 12, 16; Hch. 10: 47-48; Hch 19: 1-5; Hch 22: 16. No bautizamos en los títulos Padre, hijo y Espíritu Santo, porque son funciones de Dios, no su nombre. Hch. 4:12 “y en ningún otro hay salvación; porque no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos”. En el Nombre de Jesús hay perdón de pecados y ese nombre se recibe en el momento del Bautismo. Hch. 2:38 “…y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para el perdón de los pecados…”. El nombre de Jesús es el nombre revelado de ese único y verdadero Dios. “He manifestado TU NOMBRE”… Juan 17: 6. Palabras de Jesucristo en ese momento en que era nuestro sumo sacerdote.
Recibimos el don del Espíritu Santo hablando en nuevas lenguas, conforme el Espíritu nos da. Es la misma experiencia de la iglesia naciente en los capítulos 2:1-4; 8: 14-17; 10: 44-46; 19: 5-6 del libro de los hechos.
Esta manifestación divina no es enseñanza humana, ni producto del emocionalismo. Verdaderamente El Espíritu Santo toma nuestras cuerdas vocales y El mismo coloca en nuestra lengua idiomas que nosotros no dominamos. Dialectos que están aún en lo más escondido de la tierra son los que brotan de nuestra boca cuando el Espíritu de Dios nos sella. Lenguas que han desaparecido hace miles de años, parecieran renacer cuando Dios nos invade y toma nuestro órgano fonético.
Sin ninguna duda esto es un milagro de Dios. Los que hemos experimentado este divino regalo podemos testificar lo glorioso que es este momento en que estamos encerrados con Dios, gozando del regalo más bello que pueda recibirse. No lo podemos manejar voluntariamente, es un evento manejado absolutamente por Dios. Aunque suene un poco exuberante, pero es Dios mismo haciendo morada en un cuerpo. Será algo que ninguna filosofía ni enseñanza religiosa podrá explicar, ya que es un acto y voluntad soberana de Dios.
El Espíritu Santo en nosotros es el deseo divino de morar continuamente en su máxima creación, es para completar una obra iniciada en la cruz del calvario. Allí se realizó la compra, la redención de nuestras almas. Allí el Señor Jesucristo proveyó lo necesario para la salvación de cada uno de nosotros, y no solo de nosotros, sino para todos los que deseen ser rescatados de sus pecados, es para los que deseen salir del reino de las tinieblas a la luz admirable de un reino Santo y eterno.
Creemos que Jesucristo volverá por esta iglesia, para guardarla de la hora de la prueba que ha de venir sobre todos los moradores de la tierra. Ap. 3: 8-10; 1 Ts. 4:16-17; 2 Pedro 3: 8-13.
La venida de Jesucristo por su iglesia es el evento divino más importante que estará por suceder. Seremos transformados a su imagen y estaremos eternamente con El. Lo veremos tal cual El es. 1 Ts 4
La transformación de nuestros cuerpos, el hecho de pasar de un estado material a uno netamente espiritual será el milagro más poderoso de parte de Dios. Se culminará la etapa de la iglesia del Señor sobre la tierra y todos los que hemos sido fieles, partiremos hacia nuestra morada eterna para recibir los galardones preparados por nuestro Salvador, el Señor Jesucristo.
Creemos que hemos sido santificados (separados y consagrados) para vivir una vida que agrada a Dios. 2 Pedro 3:11. No son imposiciones de una organización, ni ejercicios mentales, menos aún, manipulación humana; es que Dios coloca su naturaleza en nuestras vidas. El pecar se convierte en nosotros en algo tan lejano o aborrecible que no deseamos tener comunión con ninguna de las prácticas que tengan que ver con lo inmoral o que por la palabra de Dios ofendan la Santidad del Divino Dios que habita en nuestras vidas.
La santidad en nosotros no es únicamente la forma de vestir, no es lo externo exclusivamente, la santidad de nuestro Dios, impartida en cada vida que ha conocido la salvación y la vida eterna, comienza en lo interno. El hecho de ser santos porque nuestro Dios es Santo, es la experiencia de convivir con El y de permitir que El opere su santa voluntad en nosotros.
La santidad de Dios en nuestras vidas nos impele a reverenciarlo. El temor nuestro es perder la comunión con El. Ha llegado a ser tan real y tan bueno en nuestra vida, el Señor Jesucristo, que deseamos ser templo permanente para El. Estamos absolutamente convencidos que El vive en nosotros y como Dios único y verdadero, no habita en templos hechos por manos humanas, el templo de Dios es el hombre, es la mujer que ha sido redimida y limpiada por la sangre derramada en la cruz del calvario.
Creemos que debemos reunirnos como Iglesia para alabar y adorar a Dios por lo que El es, por su grandeza y misericordia. Heb. 10:25. La iglesia es el cuerpo de Cristo, por la cual el Señor cumple con el propósito de llegar a cada nación, para que se conozca la obra portentosa del la Salvación. La iglesia es la extensión, es la continuación de las enseñanzas del Señor, aplicadas a la humanidad. Es la manera en que el Señor Jesús continúa su labor de salvar a todos los hombres. La reunión de hombres y mujeres salvadas, son el testimonio real y poderoso de que el evangelio es poder de Dios para salvación a todo aquel que cree.
La iglesia sin ninguna duda es columna y baluarte de la verdad. De alguna manera cada congregación que se establezca, será el testimonio de parte de Dios, que dirá en la eternidad que había la verdad, el camino y la vida cerca de ellos. Ahí en cada cuadra, en cada ciudad, en cada país el reino de los cielos tenía sus puertas abiertas para todo aquel que creyera en la obra del calvario, a través de la iglesia.